22 de octubre de 2007

después de cualquier noche desgraciada...

Después de aquella primera noche desgraciada se implantó el silencio en su vida. La idea de aquella violencia implacentera se convirtió en un pensamiento obsesivo. No podía hablar de trapitos, del tiempo, ni atender a las clases del instituto. No podía escuchar las quejas de su madre por sus notas o porque no ayudaba a limpiar. No podía entender nada, ni a sí misma. La presión de su presente se hizo tan fuerte que excluyó el pasado. El futuro carecía de sentido.
El día que, mirándose al espejo, buscó culpables, se dio cuenta de que había olvidado el consuelo. También había olvidado el amor y, sobre todo, el amor propio.
Ese día decidió que no volvería a secarse las lágrimas.
Cogío cuatro cosas y salió a buscarse. Conscientemente o no, dejarse las llaves era un mensaje claro: no pensaba volver la vista atrás.