31 de octubre de 2007

Nos vemos, ya sabes dónde y cuándo…


Doce de la noche. Unos pasos sonaron apresurados en las calles de la Ciudad Negra. Alguien llegaba tarde a una cita, con los largos cabellos plateados bufándole en la espalda y una gabardina negra hasta los pies ondeando al viento. La Mujer del diario caminaba tan deprisa que las hojas caídas en el suelo de aquel otoño húmedo se enredaban entre sus pies y la seguían como una estela. Iba ligera de equipaje, sólo con sus eternas palabras, la brújula que le haría recuperar el norte y los labios pintados. No sabía bien el camino, así que cada poco se detenía a consultar la brújula y mirar hacia atrás, por si alguien la seguía.

Sabía que la estaban esperando en aquel santuario pagano y se maldecía por tardar tanto. Quizás ya habían empezado el ritual sin ella… y ella lo necesitaba más que ninguno… Más deprisa, más deprisa… Cuando divisó en lo alto de la colina el edificio sagrado que buscaba, comenzó a correr, mientras caían las primeras gotas de lluvia de la tormenta que se acercaba… Tropezó, “¡mierda, llego tarde!”, y siguió corriendo… con la mirada fija en las nubes en extraña formación que recortaban el monasterio y los sauces llorones que lo custodiaban. Cuando llegó a la puerta, jadeaba, con el rostro empapado…
Su instinto le decía que no debía cruzar aquel umbral, pero…