29 de octubre de 2007

Llevaba mucho más tiempo del asimilable perdido en su interior

Llevaba mucho más tiempo del asimilable perdido en su interior, con sus demonios particulares, sus arrebatos violentos, psiquiatras, medicación, alcoholismo. Ninguna terapia era suficiente y tenía el extraño don de atraer a las mujeres precisamente por su carácter atormentado. Sabía que sólo tenía que leer entre líneas para entenderlas, para saber lo que había pasado con las mujeres de su vida, muchas de ellas silenciosas, de ese tipo de mujeres que no montan una escena de gritos y reproches, sino simplemente saltaban por la ventana o daban un portazo.

Todavía con escalofríos, cogió la carta y la prendió fuego lentamente con aquel mechero de plata, uno de los muchos regalos en clave que le hizo la misma mujer que ahora se despedía con unas letras. “Maldita hija de puta, te encontraré aunque sea lo último que haga”, murmuró con asco. “Vas a saber si soy o no un monstruo…”

En ese momento sonó el teléfono fijo, que nunca descolgaba porque prefería esperar a que saltara el contestador. Una voz agrietada, con cierto sonido metálico, le dejó el mensaje que estaba esperando: “Oye, el paquete ya está enterrado en el cementerio. Hemos tenido complicaciones... Mejor no me llames, por si te localizan. Nos vemos, ya sabes dónde y cuándo”.