6 de diciembre de 2007

...Para asegurarse de que el cuchillo que ocultaba seguía en su sitio.


Mientras Moira caminaba con paso decidido por aquel monasterio, en la otra punta de la ciudad Querido Monstruo tomaba una decisión: tenía que callar a todas las mujeres de su vida. La carta que había recibido le hizo recordar otros mensajes similares de mujeres que le escribían y contaban sus secretos, a cambio de algunas palabras de amor. Era fácil. Al principio, copiaba de los grandes poetas, luego se cansó de plagiar y se limitó a repetir las mismas ideas empleando sinónimos. “Volverán las oscuras algas de tus ojos…” era una revisión bastante patética de Bécquer, pero no esperaba que las mujeres de su vida fueran inteligentes o leyeran a los clásicos. Así que todos contentos.

Especialmente él, que a pesar del mal cuerpo por la carta homicida y la rosa podrida que le habían enviado, se sentía realmente bien. Sabía que ya nadie podría encontrar los recuerdos de su difunta esposa, enterrados para siempre en el cementerio francés. Aquellos objetos que desvelaban quién era y lo que había pasado… Querido Monstruo sonrió y se dirigió al único sitio donde era mejor no entrar, donde el tiempo se había detenido…